¿Cuánto tiempo, dedicas a discutir temas que están totalmente fuera de tu control? Política, tendencias económicas, el gobierno, la guerra en Gaza, el calentamiento global. No sé si lo notas, pero en esas discusiones, por más que te preocupes, prácticamente no logras influir en nada en aquello de lo que discutes.
Un filósofo antiguo, escribió que «Cuanto más valor damos a las cosas que están fuera de nuestro control, menos control tenemos».
Por otro lado, Steven Covey, gran autor norteamericano, sostiene que, para incidir positivamente en nuestro entorno, el primer paso es diferenciar aquellas cosas que están en nuestra “área de influencia” y cuales en nuestra “área de preocupación”. Nos explica que en las primeras tenemos la capacidad de incidir de influir, pero para hacerlo, debemos concentrarnos en acciones concretas. Respecto a los temas que están fuera de nuestra área de influencia, y entran en el área de preocupación, salvo contadas excepciones, no hay prácticamente nada que podamos hacer para cambiarlas, por lo que no vale la pena atormentarnos ni sufrir por ellas. Ni dependen de nosotros ni las podemos cambiar.
Séneca tiene una gran frase que resume con claridad esta diferencia. “No podemos controlar el mar, pero si podemos gobernar nuestro barco.”
A veces nos pasa que cuando entendemos que no podemos controlar el mundo, volcamos nuestras ansias de control en las cosas y personas que tenemos cerca, queriendo dominar y mandar sobre todo y todos. Nos convertimos en “control freaks”, o “controladores obsesivos”, pretendiendo que nada se desequilibre en el mundo perfecto que creamos a nuestro alrededor.
Hay varias formas de probar si nos hemos convertido en un control freak. Si perdemos la paz o nos angustiamos cuando las cosas no salen exactamente como queremos. Cuando la más mínima desviación de nuestros planes nos saca de nuestras casillas y nos hace explotar.
A las personalidades un tanto rígidas y controladoras como la mía, nos cuesta mucho trabajo tener la flexibilidad para adaptar nuestros planes a los cambios con que la realidad nos sorprende. De ahí que – a fuerza de golpes de la vida- hemos tenido que desarrollar no sólo la capacidad de adaptación, sino la flexibilidad y creatividad que nos permita adaptarnos a la siempre nueva y cambiante realidad.
Esta, como muchas otras las lecciones importantes de la vida, hay que aprenderlas “a la mala” para entender que querer controlar lo que esta fuera de nuestro control y pensar en el futuro con angustia no sólo no suma, sino que nos impide manejar la realidad de forma adecuada y eso drena nuestra energía.
Hay una definición de madurez de Jacques Phillipe, ese gran sacerdote francés, que nos pega especialmente a los que tenemos esta tendencia: Una persona madura es la que está dispuesta a hacer en el segundo siguiente lo contrario de lo que había previsto; sin inquietud ni temor; Esa persona no tiene otro anhelo que cumplir la voluntad de Dios; estar siempre disponible a las personas y acontecimientos que se les presenten”. Fuerte ¿no?
Esto, significa aceptar los designios Divinos para nuestro futuro, confiando en que su sabiduría rebasa por mucho nuestra pobre capacidad de visión. Por eso -sigue diciendo Phillipe- Dios nos pide nuestra confianza para desapropiarnos de nuestros proyectos personales y enfocar nuestras energías para realizarlos conforme a sus designios.
Desapropiarnos de nuestros proyectos personales. Buena batalla ¿No?
Para conocer le video completo visita el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=7ereag5a6l8
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